Durante más de dos mil años China guardó el secreto bajo amenaza de pena de muerte a todo aquel que se atreviese a propagar el arte sagrado.
Hacia el año 550 d.C. dos monjes llegados de Constantinopla escondieron en sus bastones de bambú unos cuantos huevecillos burlando así las tan temidas leyes del imperio. A su regreso, los monjes enseñaron a los romanos todo lo que habían aprendido sobre la sericicultura y la fabricación de la seda.
De este modo, el secreto mejor guardado de la historia acabó por trascender fronteras a través de la Ruta de la Seda y después de las Cruzadas, hasta Europa Occidental. En los siglos XI y XII Italia fue ganando fama en el sector por la calidad de su industria sedera hasta que otros países, como Francia o España, empezaron también a especializarse diversificando el mercado y reduciendo considerablemente las importaciones provenientes de China.
Tras la Revolución Industrial y la mecanización de los procesos de fabricación el precio de los productos de seda disminuyó pasando a tener un uso más generalizado. Aún así, los tejidos de seda de mayor calidad siempre han sido considerandos un bien de lujo y en la actualidad, China vuelve a ser el principal productor.