Con el plan Cerdà y la creación de Vía Layetana a principios del siglo XX se perdieron muchas casas gremiales que hoy en día desearíamos poder visitar. Aún así, algunas se respetaron y consiguieron sobrevivir al paso del tiempo por su valor artístico y arquitectónico. La Casa de la Seda del Colegio del Arte Mayor de la Seda fue una de ellas.
Pero aunque no queden tantas evidencias materiales como nos gustaría, sí tenemos documentación suficiente como para tener una idea bastante aproximada del sistema gremial en la Barcelona medieval.
Normalmente, los grupos de artesanos que compartían profesión se instalaban en la misma calle, que acababa recibiendo el nombre del oficio en cuestión.
Paulatinamente, se fueron conformando en asociaciones regidas por ordenanzas previamente autorizadas por el monarca, y que regulaban todos los aspectos relacionados con el gremio: precios de productos, cuotas, subsidios de viudedad y pobreza, normas y cumplimiento, formación de los aprendices, etc.
Pero las agrupaciones gremiales no solo tenían un carácter laboral, sino también benéfico-social, religioso, político e incluso militar. Llegaron a ser integrantes activos del Consejo de Ciento y de la milicia urbana, cada gremio tenía la obligación de defender una parte determinada de la muralla de la ciudad en caso de ataque.
En la Edad Media la religión era uno de los pilares básicos de la sociedad y los gremios solían pertenecer a alguna cofradía, bajo la advocación de un santo protector que se convertía en su patrón, dando especial importancia a la celebración de su respectiva fiesta.
Formar parte de un gremio suponía la adquisición de ciertos privilegios pero también obligado cumplimiento de algunos deberes. Ya de inicio, los aprendices, tras tres o cuatro años de “prácticas” tenían que aprobar un examen o pasantía para obtener la condición de oficial y posteriormente la de maestro. Generalmente, el aprendiz no cobraba un sueldo y vivía en la casa del maestro y su familia. Una vez pasado el examen, ya como artesano especializado obtenía un salario pero seguía guiado por un maestro. Para alcanzar ese rango, el artesano debía realizar una “obra maestra”, algo que demostrara que ya estaba preparado para trabajar sin que nadie le guiara.
Llegó un momento que la diversidad de gremios y especializaciones era tal que las discusiones se sucedían demasiado a menudo afectando directamente al trabajo y a la economía de la ciudad. Finalmente, con la Revolución Industrial y la liberalización de las profesiones, cualquiera podía dedicarse a lo que quisiera sin necesidad de estar agremiado, los gremios fueron perdiendo sentido hasta su desaparición oficial en 1836. Como afirma Molas: “el Capitalismo había arruinado económicamente los gremios. El sindicalismo lo superaría en lo social. De esta manera se disociaban los dos elementos de capital y trabajo que los gremios habían armonizado mal que bien, durante siglos”, cuatro, ni más ni menos.