Todos hemos tenido gusanos de seda en nuestra infancia alimentándolos cual tamagochis con hojas de morera. Pero más allá de meterlos en una caja con algunos agujeritos hechos con el lápiz, nunca llegamos al punto de querer sacarle partido a nuestra nueva mascota más que para ver cómo las hojas iban reduciendo su tamaño día tras día mientras crecía el insecto.
Pero si hubiésemos continuado con el proceso hasta la obtención de la seda, parte de nuestra inocencia se habría resquebrajado por el camino. Y es que hay cierto toque de crueldad en la extracción de la seda y, en este caso, eso de “el fin justifica los medios” le va como anillo al dedo. El proceso es el siguiente:
- Los gusanos de seda se alimentan y empiezan a engordar.
- Al mismo tiempo, van secretando un líquido viscoso, “seda líquida”, que al entrar en contacto con el aire se solidifica y poco a poco van creando el abrigo que les recubre.
- La oruga va quedando encerrada en el capullo, rodeada por un millar de filamentos.
- Antes de que la metamorfosis empiece y la oruga se convierta en polilla, se cuecen en agua hirviendo y se retiran delicadamente de su capullo.
- Empieza el proceso de enrollado donde se juntan varios filamentos a la vez. Cada capullo produce unos 1500 metros de fibra, ¡1 km y medio!
De todos los puntos, el cuarto es el que más llama la atención. No es de esperar que se tenga que ahogar al gusano para extraer el hilo, dicho de otra manera, ¡es despiadado! Mahatma Gandhi se pronunció al respecto y criticó duramente estas técnicas.
Los métodos respetuosos, muy defendidos por activistas de los derechos de los animales, permiten que la polilla salga del capullo, hasta entonces ni lo tocan. El problema es que de este modo la fibra se rompe y empeora la calidad de la seda.
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